Sobre mí

Rótulo de José Javier Navarrete
Fotografía de José Javier Navarrete

Soy perseguidor de letras. Llevo mucho tiempo husmeando detrás de las de otros, las propias apenas las he olido.

Si has llegado hasta aquí supongo que estarás interesado en saber algo más de mí, pero espero que también te haya alentado conocer lo que me ha motivado a emprender este proyecto.

Hace unos años sentí la necesidad de escribir, llevaba tanto tiempo sin hacerlo que fue una sensación nueva, tanto como si me hubiese sucedido recién salido de un episodio de amnesia. Esta necesidad ha ido devorando al resto de mis aficiones hasta el punto de abandonarme a la molicie y dejar que mi cuerpo adquiera una postura tan poco ergonómica como mi silla.

El resultado de tan insano abandono ha sido un primer borrador bastante avanzado de una novela. Ha salido una policiaca porque era lo que me pedía la historia, también la afición al género. Por lo pronto he aparcado este proyecto y me he centrado en una antología de cuentos que espero vea la luz durante 2020.

Mientras intentaba juntar letras he tratado de formarme como escritor, en su mayor parte como autodidacta y durante algunos meses asistiendo a diferentes talleres literarios. Durante mis incursiones en internet he visitado sitios web de todo tipo, en su mayoría blogs, donde no paraba de leer y escuchar que si quería tomarme en serio esta nueva dedicación necesitaba una web como centro neurálgico de mi plataforma de escritor.

josejaviernavarrete.com es el resultado de este proceso. He dedicado muchas horas en el diseño y en la generación de contenidos, espero que haya merecido la pena.

Y ahora sí que te contaré algo (o mucho) sobre mí:

Décimo de lotería de navidad de 1964

…millones de pe-se-tas!

Más que nacer me caí, al menos así lo cuenta mi madre. Mientras mi tía daba los datos de la parturienta, yo nací coincidiendo con el momento en que los niños de San Ildefonso cantaban el gordo de Navidad de 1964, tal vez no en el mismo instante, pero más o menos.

Las primeras lecturas

A mi hermano mayor le debo las primeras lecturas de las que tengo recuerdo, es decir, el TBO, Pulgarcito o Tío Vivo y muchos otros tebeos, porque en aquella época lo de comic era un extranjerismo desconocido. Como no todo podían ser dibujos y fotos, decidí realizar una incursión en el mundo de las letras puras y como lo que tenía más a mano eran las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, me sumergí en ellas a la espera de que con el carné de la biblioteca tuviese acceso a otro tipo de lecturas. De mano de la bibliotecaria llegaron Verne, Salgari o Stevenson.

Símbolo de átomo

Los gustos cambian

Luego llegaron las lecturas obligatorias del BUP y con ellas cierta urticaria a la literatura. Tuvo que llegar la universidad para que de nuevo me apeteciese leer más aquel tipo de libros que los de física.

Fue en aquella época cuando comencé a escribir, más como un desahogo que como una verdadera vocación, pero tal como vino acabó marchándose. Tendría que esperar muchos años para que aquella necesidad que una vez sentí se consolidara y me empujase a contar historias. Lo que nunca desaparecieron fueron mis ansias de leer, con mayor o menor asiduidad, dependiendo del tiempo disponible, nunca he dejado de hacerlo. Con el tiempo han ido cambiando mis gustos lectores y hoy necesito platos menos elaborados que los que satisfacían mis apetitos durante mi juventud. Difícilmente podría volver a leer a Nietzsche ni a Hesse y me conformo con novelas que exijan menos de mis neuronas. Mis gustos van de la novela negra o policíaca a la histórica, pasando por el thriller y la novela fantástica, aunque no hago ascos a una de espías o a otra de cualquier otro género que no me exija demasiada atención.

He sido lector de metro y de taza, y café no bebo. Prefiero la cama, pero tumbado en un buen sofá también es una opción aceptable. Leo papel y pantalla, y aunque prefiero el olor del primero, la falta de espacio me empuja hacia la segunda. Para escribir prefiero un ordenador de sobremesa, mejor con dos pantallas.

Esta costumbre me viene del trabajo, soy físico y de tal ejerzo en un Organismo Público de Investigación. Allí me he dedicado desde la robótica a la física médica, pasando por la física de partículas, lo que me permitió colaborar en uno de los experimentos del CERN que han posibilitado la observación del bosón de Higgs

Pinche cuerpo

Aterricé en el mundo de la escritura como consecuencia de la madurez. Evidentemente no de la literaria, apenas he escrito antes de ahora. Tampoco de la intelectual, no existe prueba alguna que corrobore la idea de que la haya alcanzado. En cambio, sí que hay varias pruebas médicas que afirman que he alcanzado la madurez física y es a ella a quién esta afición tardía debe su existencia. Hay quién rebatiría esta penúltima afirmación, no sin razón, y cambiaría la palabra madurez por la de achaques.

De natural culo inquieto, nunca he querido dejar la oportunidad de aprovechar el tiempo libre para llenarlo con actividades de la más diversa índole. Primero fue el pluriempleo, necesidad manda, pero llega un momento en la vida de toda persona que le hace preguntarse qué es lo que quiere hacer con su vida. En mi caso coincidió con la famosa crisis de los cuarenta, no porque la sufriera, o tal vez sí, sino porque fue pura coincidencia que ocurriera con esa edad. Después del pluriempleo fue el barranquismo, la montaña, la escalada y la lesión. Entre el comienzo de mi afición a explorar el mundo vertical y los condenados manguitos rotadores habían pasado más de ocho años. El dichoso hombro me dejó en dique seco y con demasiado tiempo libre. La fisioterapia y la rehabilitación como únicos aliados para salir del pozo. El rango articular, tozudo como un asno, se negaba a reponerse y la asimetría que me devolvía el espejo se reía de mis esfuerzos por recuperarme.

Había perdido los brazos, pero aún me quedaban un par de piernas: tendría que hacer algo con ellas. Correr mejor que andar. Te cansas más y necesitas menos tiempo para hacer un ejercicio equivalente, o al menos eso pensaba. Seis meses después de nuevo en dique seco. Soy un agonías, nunca me conformo y exijo a mi cuerpo lo que no puede darme. En realidad sí que me dio algo: un tobillo digno de congreso médico. En él se podían enumerar todas las alteraciones fisiológicas que puede sufrir esta articulación, y ninguna de ellas era positiva. Otra vez en la procesión como penitente. Médicos, fisios, rehabilitación y que te den por culo. Como diría un mejicano: pinche cuerpo.

La necesidad de escribir

Portada cuentos sin hogar 3D

En esas andaba cuando un 28 de agosto de 2016, en el sitio web del periódico El País, vi un artículo de Ana Carbajosa, A la caza del tesoro visigodo que los nazis se llevaron. El argumento para una novela había nacido y tras muchos avatares quedó como un proyecto para otro momento. Pero durante aquel impulso inicial, sin apenas darme cuenta, fue creciendo en mí una necesidad de escribir que me hizo olvidarme de todos los problemas físicos que había tenido, hasta el punto de que pude volver a correr. Con achaques intermitentes, volvía a calzarme las zapatillas para darme cuenta de que aquellas largas carreras me permitían madurar muchas ideas literarias.

Ya solo me faltaba aprender a escribir. Desde un principio leí que la mejor manera de mejorar era escribiendo y así lo hice. He escrito mucho y he tratado de aprender por mi cuenta y con el apoyo de quien sabe más que yo.

Como medida de mis avances o porque me dejo influenciar por lo que leo, he presentado algunos de mis relatos a concursos. ¿Os habéis fijado en el décimo de lotería de arriba? Si lo tengo en mis manos es porque no fue premiado, lo mismo que mis relatos. En realidad sí que obtuve una mención como destacado por La mirada póstuma, algo así como el reintegro. Pero lo mejor de este relato es que fue el germen de un proyecto que se ha convertido en realidad y que no es otro que una antología de cuentos titulada Cuentos sin hogar. Finales sin perdices.

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