Reseña de Sangre en la nieve
Jo Nesbø
Un sicario entrañable
FICHA TÉCNICA
Título: Sangre en la nieve
Título original: Blod på snø
Autor: Jo Nesbø
Nº de páginas: 208
Editorial: Reservoir Books
Fecha publicación: mayo de 2020
Traducción: Mariano González Campo / Bente Gundersen
SINOPSIS
Son las Navidades de 1977, uno de los inviernos más fríos de toda la historia de Oslo. La gente vive los preparativos típicos de esa época, mientras Olav Johansen es invitado a una fiesta de asesinatos a la que hubiese preferido no asistir, a pesar de que es un asesino a sueldo
EL AUTOR
Jo Nesbø nació en Oslo en 1960. Graduado en Economía, antes de dar el salto a la literatura fue cantante, compositor y agente de Bolsa. Desde que en 1997 publicó El murciélago, la primera novela de la serie del policía Harry Hole, ha sido aclamado como el mejor autor de novela policíaca de Noruega, un referente de la última gran hornada de autores del género negro escandinavo. En la actualidad cuenta con más de 28 millones de ejemplares vendidos internacionalmente. Sus novelas se han traducido a 51 idiomas y los derechos cinematográficos se han vendido a los mejores productores.

JOSÉ JAVIER NAVARRETE
Por algún lado hay que empezar
Llevaba tiempo queriendo leer algo de Jo Nesbø, pero lo cierto es que me daba mucha pereza. He oído hablar muy bien de él, también muy mal, así que me debatía en un mar de dudas, sobre todo porque de sus libros los que me llamaban la atención eran los de la serie de Harry Hole y, como son muchos, no tenía claro si comprar ese pasaje. Por suerte, este año se publicó Sangre en la nieve, primera entrega de Sicarios de Oslo, y aún mejor, una novela corta; una forma de conocer al escritor sin una inversión excesiva de tiempo. La moneda estaba echada, si quieres saber que salió tendrás que leer el resto de la reseña y esperar al final para conocer mi opinión.
Sangre y nieve
Sangre en la nieve. Con este título la novela solo podría empezar con la nieve de ese frío invierno de 1977 en Oslo derritiéndose por la sangre de la primera víctima de la que seremos testigos.
La nieve danzaba como algodón bajo la luz de la farola; desorientada, parecía no saber si ir hacia arriba o hacia abajo, simplemente se dejaba llevar por un viento gélido de mil demonios que soplaba desde la oscura inmensidad del fiordo de Oslo. El viento y la nieve se arremolinaban dando vueltas sin cesar en la penumbra que envolvía los almacenes cerrados del muelle, hasta que el viento se cansó y dejó a su compañera de baile junto a la pared. Allí, la nieve arrastrada por el viento se había acumulado bajo los zapatos del hombre a quien yo acababa de disparar al pecho y al cuello.
Ese «yo» es Olav Johansen, un asesino a sueldo que se empeña en teñir la nieve de rojo. Tanto es así que ese dúo rojiblanco se convierte en inseparable durante toda la novela; hasta el final:
Miró el suelo donde había caído aquella carta. Había nieve y sangre. Muy blanca. Muy roja. Extrañamente hermosas. Como la capa de un rey.
¿Verdad que Olav tiene algo de poeta? También de filósofo. Divaga sobre el amor y la muerte.
Permanecí sentado junto a la orilla mirando la reluciente superficie mientras pensaba en lo que queda de nosotros; unas ondas en el agua que pronto desaparecen. Como si nunca hubieran estado allí. Como si nunca hubiésemos estado aquí.
Yo diría que debe de ser de la escuela socrática, ya que no para de decir: «¡yo qué sé!» o «no sabía nada de nada». Lo cierto es que para alguien que dice: «He leído alguna que otra cosa, pero sé muy poco», es extraño que sea capaz de hacer apuntes sobre los temas más dispares porque ha leído sobre ellos.
Empatía por el asesino
Cuando he escrito este título, no sé por qué se me ha venido a la cabeza Sympathy for the Devil de los Rolling Stone; tal vez haya sido la sonoridad o el subconsciente, ¡yo que sé! (como diría nuestro amigo noruego). Lo cierto es que nuestras respuestas emocionales hacia el lado oscuro son tan difíciles de iluminar como ese lado.
En una entrevista le preguntaron a Jo Nesbø: «¿Puede un asesino ser buena persona?» A la que contestó: «Yo creo que sí». Esta pregunta venía a colación del protagonista de Sangre en la nieve. No hay motivo para ver el asunto desde un punto de vista maniqueísta, basta con decir que según transcurre la novela el lector siente empatía por este asesino tan especial. Todo lo que ocurre en la historia está tamizado por la visión de un narrador que no es otro que el mismo protagonista, lo que tiñe el tono de la obra de unos sentimientos y emociones que poco tienen que ver con el estereotipo que tenemos del sicario.
Aunque el asesinato es un acto deleznable, el autor tiene la habilidad de humanizar al criminal, hasta tal punto que consigue crear una percepción sobre él que resta gravedad a sus acciones. Ha construido un personaje, Olav, que en cierto sentido parece desvalido, al menos emocionalmente. Tiene una visión negativa de sí mismo, o eso es lo que pretende transmitir a los demás personajes y al lector. Presenta vocación criminal, pero lo de asesino es inevitable, lo es porque se le da bien. Ha llegado a ello conducido por su ineptitud como atracador, chulo o camello. Él mismo enumera las características que lo hacen inútil para estos tipos de trabajos:
En definitiva, para recapitular: no sé conducir despacio, soy blando como la mantequilla, soy demasiado enamoradizo, pierdo la cabeza cuando me cabreo y soy un desastre para las matemáticas.
Así que en ese mundo criminal tan solo destaca como el encargado de «despachar». No parece gustarle mucho su trabajo, se dedica a él porque es lo único que se le da bien, aunque eso no significa que todo le resulte desagradable.
Me gustaba esperar. Me gustaba el tiempo que transcurría entre el momento de tomar una decisión y su ejecución. Eran los únicos minutos, horas, días de mi supuestamente corta vida en los que yo era algo. Yo era el destino de alguien.
Supongo que disfruta de ello porque, para alguien que busca constantemente algo a lo que someterse, decidir sobre los demás debe de tener su punto. Pero también sus consecuencias, lo que le lleva a realizar ciertas acciones movido por el arrepentimiento, lo que también tiene sus efectos, pero ya sería mucho contar.
Lo que sí que te puedo contar es que Olav es un asalariado.
El jefe
Olav trabaja para Daniel Hoffmann, un personaje que se dedica a satisfacer vicios ajenos.
Tan solo era cuestión de disponer de la flexibilidad moral necesaria para reclutar y arrojar diariamente a muchachas a la prostitución.
Pero ¿qué se puede esperar de alguien que pretende ser quien no es y su única bandera es el dinero?
No sé qué tenía Inglaterra para despertarle tanta fascinación a Hoffmann, pero al parecer había pasado una breve estancia allí como estudiante y había regresado a casa con la maleta llena de trajes de tweed, ambiciones y una amanerada forma de hablar inglés de Oxford con acento noruego. Pero sin titulación académica alguna ni más conocimiento que el de que el dinero lo decide todo.
La respuesta está cantada: un triunfador.
Cuando unos años más tarde expandió el negocio al mercado de la heroína, ya se había convertido en un hombre que se consideraba a sí mismo un triunfador.
Para alguien como Hoffman, Olav no tiene precio, en realidad sí que lo tiene, en concreto, para su próximo trabajo, cinco veces el sueldo habitual. Olav se muestra desconfiado ante esta bicoca:
Me sentía como un tipo jugando al póquer con cuatro malos perdedores armados hasta los dientes y sospechosos por naturaleza. Y a mí me acababa de tocar una mano con cuatro ases. A veces las buenas noticias son tan improbablemente buenas que resultan ser malísimas.
¿Dónde está la trampa? En que el siguiente encargo se llama Corina Hoffmann, la mujer del jefe, un trabajo fácil, un marrón de tres pares de cojones. Nunca es bueno tener pillado al jefe por uno de esos tres pares.
A partir de este momento estamos ante el efecto dominó, tan solo que Olav no sabe que su jefe ya ha empujado la primera ficha.
Corazón loco
Olav es un tipo solitario, lo ha sido desde niño. Tal vez fue su dislexia, o tal vez que no llevó la mejor vida debido al padre que le tocó en suerte. Con su profesión actual es más normal que esto ocurra. Nadie sabe dónde vive, no tiene teléfono, con las relaciones que mantiene no le hace falta; una cabina debajo de su casa es todo lo que necesita. Por no tener no tiene ni televisor, con los periódicos le basta para estar informado. En la era digital esa desconexión puede parecer extraña, pero si matas por encargo ese anonimato es una bendición.
Pero Olav es de naturaleza débil y sensible, así que tiene un corazoncito al que necesita alimentar, aunque sea de una manera insólita que cualquiera podría achacar a la timidez. La única relación que tiene fuera del ámbito profesional es la que mantiene con Maria Olsen, una cajera de supermercado sordomuda y coja. La ayudó cuando ella se encontró en un aprieto, no pudo soportar su desamparo, acaso porque Olav es como su madre.
Ella solía cuidarse más de los demás que de ella misma, y supongo que esa característica suponía un ideal para mí.
Desde entonces mantienen algo parecido a una relación, aunque tal vez solo él sea consciente de que esa relación existe. La observa, la persigue, atento a que no le suceda nada. Maria es a la que escribe una carta eterna, que no extensa, porque cada palabra, debido a su dislexia, es una conquista y una tortura. ¿Es amor?
Eso parece hasta que Corina, que en palabras de Olav es la belleza personificada, entra en escena.
En definitiva: me gustó todo de Corina Hoffmann. Todo, salvo su apellido.
A quien le debe el apellido quiere deshacerse de ella porque sabe que le está siendo infiel. Acaso, si no la hubiese vigilado, nada de lo que ocurre después hubiese sucedido; pero lo hace y comprueba que su amante la somete a una relación de dominio y violencia.
De hecho, es como si la falta de reciprocidad las excitara más todavía. Supongo que las pobres mantienen la esperanza de recibir una recompensa en algún momento. Un amor esperanzado, y también desesperanzado. Ya era hora de que alguien les enseñara que el mundo no funciona así.
Después de aquello, y siendo Olav como es, las cartas están echadas, o quizás, como el mismo sicario dice, los seres humanos buscan compañía cuando se acerca la Navidad. Así que ahí tenemos a nuestro protagonista, como en la canción de Antonio Machín, tratando de explicarse como se puede querer dos mujeres a la vez. La relación mística y la carnal. Lo alcanzable y lo inalcanzable. Lo que somos y lo que deseamos ser.
Pero somos lo que somos
Nadie puede negar la influencia de los padres a la hora de determinar quienes somos. Olav no iba a ser una excepción. La gente le decía que se parecía mucho a su madre. Su madre es débil y sensible, siente la necesidad de someterse a algo o a alguien, pero es capaz de cuidar más a los demás que a ella misma.
Y tenía tal debilidad por mí que me daba todo lo que yo necesitaba, incluso cuando le hacía falta a ella.
Ella se sometió a su padre, un ser violento y abusador. Alguien que nunca debería ser un espejo en el que mirarse y, sin embargo:
Hasta aquella última vez que miré los ojos de mi padre, no me di cuenta de que también a él le llevaba dentro. Como un virus. Como una enfermedad de la sangre.
A veces odiamos lo que somos y Olav odiaba a su padre:
No sé por qué lo pensé. ¿Por qué tuve la sensación de que el niño estaba tan calmado porque era su padre quien yacía allí muerto? Bueno, sí: lo sé. Yo también habría reaccionado de aquella manera.
Pero no solo sus padres forjaron su destino, porque a veces…
El destino viaja en metro
Por las vías del metro de Oslo viaja mucho más que los trenes que las recorren. También va Olav detrás de Maria.
Cuando estoy detrás de ti en el metro siempre espero a que nuestro vagón llegue al cruce de vías antes de hablar. O tal vez sea el lugar donde se separan los carriles. En cualquier caso, es un lugar muy profundo bajo tierra, donde el metal cruje y chasquea. Es un sonido que me recuerda algo. Algo relacionado con el orden, con poner cada cosa en su sitio. Algo relacionado con el destino. El tren hace un movimiento brusco y los pasajeros no habituales pierden el equilibrio durante unos instantes e intentan agarrarse a algo. A cualquier cosa que les mantenga en pie. El cambio de vía es lo bastante ruidoso para que yo pueda decir exactamente lo que quiero decir. Susurrar lo que quiero susurrar. Precisamente en el lugar donde nadie más puede oírme. Y tú, de todas formas, no me oyes. Solo me oigo yo.
Ese es el tipo de conversación que se permite tener con ella, quizás porque mientras la carta no esté terminada es la única que puede permitirse.
En esos mismos trenes también viaja el Olav asesino y el Olav víctima. Envuelto en esos chirridos que en cada momento tienen un significado diferente, en esos vaivenes que pueden tener el destino es sus manos.
Y el metro llega a fin de línea
Ha sido una experiencia corta e intensa. He disfrutado de la novela, la cual puedes leer en una tarde. Por su extensión pudiese parecer que el personaje de Olav no contase con la oportunidad de desarrollarse, pero no es así. Ese narrador en primera persona nos hace colarnos dentro de él desde el primer momento, aunque se trate de un narrador poco fiable.
Como te he dicho, Olav sufre de dislexia, lo que en sus frecuentes lecturas le lleva a inventar historias que no están contenidas en el libro de turno. Pero ese hábito no se limita al dominio de la lectura, hecho que reconoce el propio Olav y que le recriminan algunos de los personajes de Sangre en la nieve, lo que contribuye a que la sensación de falta de fiabilidad del narrador se intensifique. Esta incertidumbre hace aún más interesante la experiencia lectora, mucho más si se analiza la obra desde el punto de vista del escritor.
Lo cierto es que la novela tenía muchas papeletas para que me gustase. Me ha permitido sumergirme en lado más criminal del género, huyendo por algún tiempo de policías y detectives. Siempre supone un disfrute encontrarse del otro lado de la ley; en la ficción, por supuesto. Situarse ahí permite realizar reflexiones que de otra forma sería imposible.
Cuando estoy escribiendo esta reseña, ya se ha publicado la segunda entrega de Sicarios de Oslo, Sol de Sangre. Tengo un calendario de lecturas apretado, de manera que no sé cuándo podré hincarle el diente (no debería decir esto recién llegado del dentista), pero no tengo dudas de que pueda ser una candidata para el futuro.
Ha salido ¿cara o cruz? Puedes dejarme tu opinión sobre esto o cualquier otra cosa en los comentarios. No te cortes y dispara.
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Fuentes de imágenes
Cubierta:
Diseño: Penguin Random House Grupo Editorial Adaptación del diseño original de Peter Mendelsund
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