Reseña de Ya no quedan junglas adonde regresar

Carlos Augusto Casas

Venganza: una segunda juventud

25/02/2021
Reseña de Ya no quedan junglas adonde regresar - cubierta
FICHA TÉCNICA

Título: Ya no quedan junglas adonde regresar

Autor: Carlos Augusto Casas

Nº de páginas: 198

Editorial: M.A.R. Editor

Fecha publicación: febrero 2017

SINOPSIS

El Gentleman es un viejo viudo que piensa que un día cuando se dé la vuelta en la cama caerá en la tumba. Su única ilusión en la vida son los sesenta minutos que cada jueves pasa con Olga, una prostituta con la que comparte sueños en lugar de sexo. Cuando Olga es asesinada, el Gentleman pondrá en marcha la maquinaria de la venganza, lo que provocará su rejuvenecimiento y una espiral de violencia.

EL AUTOR

Carlos Augusto Casas (Madrid, 1971). Escritor y periodista. Comenzó su carrera en Diario 16, alternando su trabajo en prensa con otros empleos como repartidor de publicidad, ferrallista o realizando el control de calidad de una compañía aérea haciéndose pasar por un pasajero común.

Después de pasar por la Agencia EFE y varios medios locales, ejerció como periodista de investigación para TVE, Antena 3, Cuatro y Telecinco. Actualmente compagina el periodismo con la dirección de la colección de novela negra y policiaca Estrella Negra, de la Editorial Cuadernos del Laberinto.

Ha participado en numerosas antologías de relatos de género negro en Ediciones Irreverentes y MAR Editor. Con uno de estos relatos, El Bar de los asesinos, dedicado a Lisboa, obtuvo el XIV Premio Internacional de Relato Sexto Continente, organizado por Radio Exterior de España.

Con su primera novela, Ya no quedan junglas adonde regresar, ha ganado el VI Premio Wilkie Collins de Novela Negra, el Premio Ciudad de Santa Cruz 2018 (Tenerife Noir), el Premio Novepoll 2018 y el Premio Tuber Melanosporum 2018 (Morella Negra).

José Javier Navarrete - blog de novela negra

JOSÉ JAVIER NAVARRETE

La pérdida de las ilusiones

De un tiempo acá, cada vez siento más pereza a la hora de reseñar, quizás sea por la situación creada por esta maldita enfermedad, también influye que prefiera emplear ese tiempo en escribir ficción, que es lo que más me gusta, o puede que sea la desmotivación por el poco éxito que tienen mis entradas. Sea lo que sea, lo cierto es que hay pocos motivos que me impulsen a seguir con ello.

Me siento un poco como Mateo Acuña, el Gentleman, el protagonista de Ya no quedan junglas adonde regresar. Un viejo viudo cuyas ilusiones han desaparecido como un mini de monedas en manos de un ludópata. Tan solo le queda aquella que le depara los jueves, esa hora en la que se reúne con Olga, una prostituta de Europa del Este, con la que comparte sueños en lugar de sexo. Una hora que a ambos le sabe a poco, porque el reloj los hace regresar a una realidad insoportable.

Ella no quería volver a la boca con sabor a plástico y espermicida, a los hombres pequeños que se hacían grandes con gritos y exigencias, a tapar la podredumbre con maquillaje. Y él no quería regresar a la caja de pastillas con sus seis compartimentos, a las horas muertas mirando la tele sin entender nada, a mendigar palabras por la calle a desconocidos que le rehuían.

Como a ese viejo, a mí también me quedan pocas ilusiones para seguir adelante con el blog, entre ellas, aún persiste la de dar a conocer a los pocos que me leéis obras o autores como Carlos Augusto Casas, una sorpresa tan grata que tengo miedo de que al final de la reseña no haya sido capaz de trasmitirte la necesidad de leerle. Porque al igual que a mí me quedan pocos motivos para seguir escribiendo entradas, a ti te quedan muchos para leer esta novela. Lo que menos me ha gustado de ella es su extensión, demasiado breve; también que tuviese que estar parando cada dos por tres para subrayar algo. ¡Joder, creía que lo iba a subrayar todo!

Es una novela escrita en estilo directo, trepidante, llena de humor (negro), con diálogos ágiles y naturales, símiles ingeniosos, dignos de la época cumbre del hard-boiled, podría seguir añadiendo motivos para que la leas, pero prefiero regar con ellos el resto del texto.

De tríos va el juego

El primer trío. Ya no quedan junglas adonde regresar es una novela que reposa en tres ejes: el amor, la violencia y la venganza. Ese amor es el segundo trío, porque la novela discurre a través de tres tramas que son historias de amor, si no imposibles, al menos, difíciles.

La primera historia de amor es la del Gentleman con Olga. Es un amor poco convencional, tan poco que tal vez no lo sea, pero en esa relación se vuelcan muchas ilusiones, al menos las del viejo, y estas son las últimas, esas que el uso de la vida aún no ha logrado desgastar del todo.

        —Teo, si no fuera por el tiempo que paso contigo no sé si podría con… bueno, con el resto.
        El viejo escuchó las palabras de la mujer con una sonrisa. ¿Y qué importaba si no fuesen verdad? Puede que estuviera viviendo una mentira. Pero ¿era preferible la realidad? La que solo le había dado decepciones y frustración. Estupidez, y soledad. Deterioro y tristeza. Prefería la dulzura de la mentira que la amargura de la realidad. Porque la única verdad era que solo podía llamar vida a la hora que pasaba cada semana con Olga. Así que decidió dejar de escuchar las advertencias de la lógica, la razón y otras sabias consejeras por el estilo. Solo los jueves eran de verdad. Y en su vida no había mayor verdad que la de los jueves.
        —60 minutos, eso es lo que duran mis semanas.

Cuando Olga es asesinada durante un servicio con cuatro abogados, la venganza esta servida, así como la violencia que la acompaña. 

La segunda historia de amor es la de la inspectora Iborra con su marido desaparecido. Su relación se limita a los mensajes que ella deja en el buzón de voz del móvil de este. Ella es la encargada de la investigación del asesinato de Olga y de los posteriores productos derivados de la venganza.

La tercera es la de Herodes, uno de los alias del hombre que decía llamarse Pedro Bustos. Un sicario al que persigue su pasado por algo sucedido en Italia y cuyo deseo es llevar una vida normal, la que lleva con Lidia y su hijo Daniel.

Estas tres historias se van trenzando a lo largo de la novela, entrando y saliendo del foco para que vayamos conociendo a unos personajes protagonistas y otros secundarios, tan bien dibujados, que pensarás que los conoces de toda la vida.

La poción de la juventud

El Gentleman es uno de esos viejos que cree estar viendo la línea de meta, casi sin fuerzas para llegar a ella, como si la certeza de la muerte lo obligase a ese último esfuerzo que le permitiese alcanzarla lo antes posible. La decrepitud que le devuelve el espejo le dice que cada vez está más cerca:

La carne colgaba flácida de sus brazos, como si unos hilos invisibles tiraran de ella hacia la tierra, hacia la tumba.

Su relación con Olga es como el hombro de otro corredor en el que apoyarse para seguir adelante. Cuando la prostituta aparece muerta podría haberse derrumbado, seguir gateando hasta alcanzar la línea de meta, pero el Gentleman decide que si tiene que llegar a ella será al esprint.

El deseo de venganza lo rejuvenece, un futuro con vidas que robar insufla la suya, hasta el punto de que su amigo, el Mazas, siente envidia de la transformación experimentada por el viejo, porque como él mismo dice:

Eso es lo peor de hacerse viejo, que te vuelves inofensivo para el resto del mundo.

Resulta curioso que la muerte de otros se convierta en el ancla a la vida de alguien que poco antes era un premuerto, como a Herodes le gusta llamar a los de su edad.

La muerte de Olga, no parece importarle demasiado a nadie, tan solo al Gentleman y a Tina, otra prostituta compañera de Olga. Quizás esto es lo que pensasen los cuatro abogados para sentirse impunes o tal vez fuese que:

Las leyes son para los pobres.

como dice en algún momento de la novela Turón, el jefe de Herodes. Pero el Gentleman piensa que las leyes no son la justicia y él está dispuesto a dársela a esa mujer cuyo asesinato podría caer en el olvido.

La violencia está servida

Ya no quedan junglas adonde regresar no es una novela que escatime momentos violentos. La explicitud de estos puede dañar la sensibilidad del lector, pero no es mi caso. Desde luego no se trata de una venganza de guante blanco, mucho menos si tenemos en cuenta que al principio el Gentleman es un asesino inexperto, incluso rayano con la ineptitud, pero cumple y se pule.

Por otro lado, está Herodes y su compañero el Chapas. Estos protectores de los cuatro abogados son exterminadores profesionales y lo demuestran a lo largo de la novela:

        —Lo peor que se puede perder en esta vida es el tiempo. Te hemos encontrado una vez —dijo Herodes—. Y sabes que volveremos a hacerlo.
        —Creí que lo peor que se podía perder era la vida —dijo Tigre.
        —Eso es perder todo tu tiempo de golpe —dijo Herodes.

No hay nada como hacer bien el trabajo y disfrutar haciéndolo:

¿Viste cómo reventaban las cabezas? Parecían palomitas en un microondas.

Bares, qué lugares

La ambientación es fundamental, para cualquier novela, y en esta está muy cuidada, pero se lleva la palma la de un bar enclavado en la calle de la Montera de Madrid. Un establecimiento regentado por una mujer lenguaraz que nos hace pasar momentos divertidos:

        —¡Un momento, un momento, viejos asquerosos! Menos gritos y más pagar las consumiciones en el acto. Ahí hay un cartel donde lo pone bien clarito, porque aquí habrá mucha vista cansada pero más bolsillo vago —dijo la dueña.

Con su clientela se podría realizar un viaje del Imserso del que es posible que vuelvan menos que salieron. Una clientela de la que se dice:

Todos con esos ojos gastados, como si estuvieran hechos de anís frío.

Pero no solo este bar es el que tiene cabida, porque la inspectora Iborra y su inseparable subinspector Puertas, son muy dados a analizar el caso sentados frente a una barra. Aunque durante el siguiente diálogo interroguen a la dueña del bar que frecuenta el Gentleman:

        —Yo creía que ustedes no bebían cuando estaban de servicio —dijo la mujer.
        —No, señora —dijo el subinspector—. Lo que no hacemos cuando estamos de servicio es pagar.

Una pareja que tiene uno de los vicios más arquetípicos del universo negrocriminal.

Como en tantas obras de ficción, los camareros despliegan su sabiduría, ejerciendo de psicólogos de clientes beodos o regalando su filosofía de la vida:

        —Un ron con Coca-cola —dijo el viejo—. O mejor, un café con hielo, largo de café. Me conviene tener la cabeza despejada… aunque, para dos días que vamos a vivir… un ron con Coca-cola.
        —Y lo peor es que son lunes y martes. Ahora mismo se lo sirvo.

Invisibles

Otro punto muy acertado de esta ambientación es el del mundo de la prostitución. Los que hemos pasado por la calle de la Montera hemos visto como las mujeres que ejercen esta profesión destacan y desaparecen. Pudiera parecer confusa esta afirmación, pero lo cierto es que desaparecen entre el río de gente que suele recorrer esta calle céntrica de Madrid, pero ahí están, inconfundibles, destacando para los que las quieren ver, invisibles para muchos que apartan su mirada, una manera como otra de convertirlas en invisibles.

Ojalá lo fuesen para aquellos que las explotan, esos vampiros que pululan alrededor de ellas con el objetivo de chuparles hasta la última gota de sangre. Al menos ese es el papel de un rumano, no sé si de Transilvania, apodado el Tigre. Es el proxeneta de Olga, una bestia sin escrúpulos ni sentimientos que merecería estar enjaulado con sus congéneres, aunque no creo que sirviese ni de carnaza.

Justo en esa mezcla de ambientes tan bien conseguidos, el bar y el mundo de la prostitución, es donde comienza Ya no quedan junglas adonde regresar. En una entrevista, cuenta Carlos Augusto Casas, que la idea de la novela surgió al ver que por las mañanas, cuando salía del metro para ir al trabajo, muchos de los clientes de estas mujeres eran hombres de la tercera edad. Habló con una de ellas y le contó que la mayoría de ellos no quería sexo, sino hablar, una forma de escapar de la soledad.

Como dice la canción, todo tiene su fin

Este es el de la reseña, como verás, de lo más normalito; pero el de Ya no quedan junglas adonde regresar es apoteósico. Se cierran de manera magistral todas las tramas, lo que me produce cierta desazón, ya que también se cierra la posibilidad de su continuidad, algo que Carlos Augusto Casas confirmó.

He disfrutado mucho con su lectura, un placer que ha desaparecido demasiado rápido tanto

como el beso breve que se le da a la mujer con la que llevas casado 40 años

como dice el inspector Puertas en la novela.

Estoy preocupado porque en alguna entrevista que leí, Carlos Augusto Casas anunciaba que estaba escribiendo una nueva novela, hasta el día de hoy no he sabido nada al respecto y aquella afirmación fue en 2018. Espero que pronto me llegue la noticia de su publicación para volver a disfrutar de su escritura.

Aunque no he disipado el miedo a mi incapacidad para transmitirte la necesidad de leer Ya no quedan junglas adonde regresar, al menos espero haberte despertado el gusanillo. Esta magnífica novela se merece una oportunidad. Si aún necesitas más motivos o tienes alguna duda, utiliza la sección de los comentarios. No te cortes y dispara.

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Fuentes de imágenes

Fotografía de cabecera:
Autor: Alex Griffioen
Título: Sex shop
Licencia: cc by 2.0

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