
Siete casas vacías fue la obra ganadora del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero. Este libro de cuentos, de la escritora argentina Samanta Schweblin, consta de siete relatos, aunque el manuscrito presentado al concurso solo tenía seis. El séptimo, Un hombre sin suerte, obtuvo el Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo 2012 y fue incluido durante el proceso de edición. Según cuenta la autora, este cuento estaba pensado para que formase parte del manuscrito, de hecho, era su favorito, pero al ganar el premio tuvo que excluirlo, ya que todos los cuentos debían ser inéditos.
Se trata de un libro de cuentos realistas, parten de lo cotidiano, pero no es la sensación que queda en el lector. Son cuentos en los que lo extraño, lo anormal, incluso lo absurdo y lo siniestro, tejen una atmósfera que rodea a los personajes. Tal vez por esto se tenga la sensación de que nos movemos en un mundo que no es el nuestro y, lo cierto, es que no lo es. Estamos acostumbrados a poner demasiados límites a nuestra realidad y cualquier acontecimiento o comportamiento que se sale de ellos nos parece perteneciente a otro planeta. Este es el juego que propone la autora, llevarnos a los bordes, de forma que se entrelaza lo cotidiano con lo que no nos lo parece. Es un simple juego de convencionalismos, pero funciona muy bien.
Oí en una entrevista a Samanta Schweblin que los personajes del libro están perdidos en una situación con la que llevan tiempo luchando, su ineptitud para afrontarla con métodos convencionales los arrincona hasta llevarlos a una situación límite. Es entonces cuando buscan soluciones fuera de lo habitual, otra vez atravesando las fronteras, incluso en el terreno de la locura, y es ahí donde encuentran una forma de enfrentarse a su día a día. Este es uno de los hilos conductores de los cuentos, otro es esa geografía común a todos. Las historias suceden en una zona periférica bonaerense, se podría decir que los personajes comparten vecindario, que cualquiera de ellos se podría cruzar con otro en cualquier momento. Dentro de estos hilos conductores podríamos hablar también de la familia, los hijos, las ausencias y, por supuesto, las casas.
No he parado de hablar de estar fuera de los límites, con las casas ocurre algo parecido, ya que las historias trascurren, en gran medida, en el límite externo de la casa. El jardín, el garaje o la entrada forman parte de esta zona exterior o cercana a él, por ello, las casas están vacías durante el desarrollo de la historia.
A continuación, te doy una sinopsis de cada cuento y en algún caso hago algún apunte extra.
Nada de todo esto
No es extraño que una hija acompañe a la madre durante la práctica de alguna de sus aficiones; pero en este cuento la afición de la madre es extraña. Conduce hasta una zona residencial, entra en la casa elegida sin permiso, se pasea por ella y se lleva algunos objetos que luego guarda en su casa. La hija asiste avergonzada a este ritual que se repite con asiduidad, ante la perpleja actitud de los dueños que se ven sobrepasados por la naturalidad con la que la madre lo hace.
Es tan absurda la situación que por momentos resulta divertida.
Mis padres y mis hijos
Una pareja de divorciados se reúne en una casa de vacaciones con sus hijos, los padres de él y la pareja actual de ella. Los padres de él padecen una enfermedad y uno de sus efectos es hacerlos correr desnudos en el jardín trasero. La madre piensa que los niños se avergonzarán de sus abuelos, pero ¿será así?
Por fortuna, los niños no siguen los convencionalismos de los padres, capaces de hacer de lo natural poco menos que un delito.
Para siempre en esta casa
Una madre arroja la ropa de su hijo muerto por la ventana, tal vez en un intento de pasar página, pero el padre aún no puede deshacerse de ella y baja cada vez que esto ocurre a la casa de la vecina para poder recogerla. Existe cierta intimidad entre los dos vecinos, algo extraño, ya que nunca se llevaron bien.
La respiración cavernaria
Lola es una mujer mayor, insoportable. Vive con su marido, obsesionada con morir:
Había concluido, al analizar la experiencia de algunos conocidos, que incluso en la vejez la muerte necesitaba de un golpe final. Un empujón emocional, o físico. Y ella no podía darle a su cuerpo nada de eso. Quería morirse, pero todas las mañanas, inevitablemente, volvía a despertarse.
Lo organiza todo en esa dirección, para ello cuenta con sus listas (le ayudan a no dispersarse) y sus cajas donde va guardando todo. Su mundo es ese hasta que llegan vecinos a la casa de al lado, entre ellos un chico que entabla una buena relación con el marido de Lola. El mundo cíclico en el que Lola vivía se ve trastocado.
Samanta Schweblin dijo en una entrevista, no recuerdo si fue en la misma a la que he ya he hecho referencia o en otra, que en la actualidad la vida dura en exceso, que sobran esos años finales, cuando la decrepitud es absoluta y la única liberación es una muerte que muchas veces se niega a llegar, al menos en el plano físico, porque en algunos casos la muerte mental llegó hace tiempo, por ejemplo, asesinando los recuerdos. Esto es lo que le ocurre a Lola y, consciente de ello, no quiere que su vida se alargue. Esta historia tiene cierta estructura de misterio, basado en algo horrible que pasó una tarde en el supermercado, pero son muchos otros detalles los que nos hacen plantearnos varias preguntas.
Este es el más extenso de los relatos y eso nos da la oportunidad de conocer más a fondo a Lola, la protagonista absoluta de esta historia.
Cuarenta centímetros cuadrados
Una mujer baja a la calle para comprar aspirinas para la suegra. En busca de la farmacia deambula por la ciudad de noche. Piensa en algo que le contó la suegra, en el vacío que una vez sintió, en el vacío que ahora ella siente.
Ese vacío llegué a sentirlo yo.
Un hombre sin suerte
En el octavo cumpleaños de una niña, su hermana pequeña se toma una taza de lavandina (lejía). En el coche, de camino al hospital, su padre le pide las bombachas (bragas) que son blancas para agitarlas por la ventana. En la sala de espera coincide con un hombre y se genera una situación que da en qué pensar.
Yo que soy de pensar mal, me di un paseo por el lado depravado del ser humano.
Salir
Una mujer recién bañada está delante de su marido, tiene que decir algo, pero en lugar de hacerlo se marcha, en bata y con la toalla en la cabeza. En su escapada la acompaña un hombre encargado del mantenimiento del edificio.
Tengo que reconocer que los libros de cuentos o relatos no son para todo el mundo, su lectura exige un esfuerzo mental mayor que con otros géneros. Tal vez sea esto el motivo por el que algunos lectores rehúyen de ellos, esa sensación de que le falta desarrollo, incluso, alguna pieza para acabar de comprenderlo, lo que demanda darle alguna que otra vuelta para poder llegar a alguna conclusión.
Con Siete casas vacías no te librarás de esto. Pero es precisamente esta característica la que hace que su lectura perdure por más tiempo, que todo lo que no se ha contado nos obligue a realizar un análisis más profundo. A veces no es necesario realizar este ejercicio, basta con imbuirse en las sensaciones y emociones que nos provoca su lectura, y los cuentos de Samanta Schweblin lo logran, incluso con ese estilo directo, descarnado, que hace aún más meritorio el efecto.
Espero no haberte atemorizado con los últimos comentarios, sino todo lo contrario, que te sirvan de acicate para despertar tu afición a este género que en España aún no cuenta con el número de lectores que se merece.
Si ya los has leído, o necesitas otro empujón para hacerlo, déjame tu opinión, o tus dudas, en los comentarios. No te cortes y dispara.
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