En el lugar de los hechos – Ficción

JOSÉ JAVIER NAVARRETE
Bienvenido de nuevo, crimicientífico. En esta ocasión te traigo una prueba, se trata de la primera de la que espero será una larga serie. Te propongo una especie de juego con el que desafiar tus conocimientos sobre la lucha contra el crimen. Debes detectar los errores cometidos por el equipo que intervendrá en el lugar de los hechos.
Se trata de una pieza de ficción en la que habrá omisiones, errores protocolarios y otras malas prácticas, insertados de manera deliberada en el texto, aunque no te garantizo la voluntariedad en todos, puede que alguno sea causado por la falta de un exhaustivo conocimiento sobre el tema. También a alguno de los personajes le surgirán dudas. Aquí es donde entras tú, trata de descubrir esas pifias y dar respuesta a las dudas basándote en tus conocimientos, adquiridos de forma reglada o viendo la última serie de moda. Si no te sientes preparado puedes consultar la entrada En el lugar de los hechos – No ficción en la que trato como debe ser esta intervención de manera idealizada, pero si te quieres divertir, no lo hagas; primero mete la pata y después ya tendrás tiempo de documentarte, con mi otro post, claro está.
Y ahora, sin más dilación, dejemos que nuestro equipo ponga las bases para descubrir al criminal.
No te mees en la escena del crimen
El callejón está oscuro, Pepe tan solo pretende disminuir la presión de su vejiga y salir de allí cuanto antes. Siempre le ocurre lo mismo, en cuanto sale del bar se mea como un niño pequeño, tal vez sea la próstata. Si empeora tendrá que visitar al urólogo. Una rata huye en cuanto oye sus pasos, no sabe si también por el olor, no es el primero al que se le ha ocurrido aliviarse allí.
El contenedor de la basura está a reventar y muchas bolsas se amontonan como en un vertedero improvisado. El jugo de esa inmundicia se desparrama formando un charco maloliente.
Da unos pasos más y decide que aquel es un sitio tan bueno como cualquier otro. Comprueba que allí nadie lo ve. Se baja la cremallera y mira al cielo a través del vaho de su boca. Está nublado, aunque en la tele del bar ha oído que no lloverá. Hace semanas que no cae una gota y al urinario improvisado no le vendría mal una limpieza.
Se mea como un niño, pero ya no lo es. El chorro apenas sobrepasa los zapatos y las salpicaduras los alcanzan mezclando su fluido con los de los anteriores usuarios. Si verlos le da asco, no quiere ni pensar en limpiarlos, pero el desahogo de este momento merece cualquier sacrificio.
Mira a su izquierda y le parece que algo extraño sale de entre las bolsas. Tampoco su vista es la de un niño y menos envuelto en la oscuridad. Se salpica los zapatos durante unos segundos más y cuando ha terminado coge el móvil del bolsillo. Activa la linterna y se acerca hacia el contenedor.
Da un respingo cuando ve que el objeto extraño es una mano que sobresale de la manga de un abrigo.
Ha llamado al 112 para avisar de su descubrimiento. A la espera de la llegada de la policía le asalta la duda: ¿abandona el lugar y se marcha a casa? Su mujer le está esperando. No es una opción, su ADN, además de en sus zapatos, está repartido por el callejón. No está muy seguro de si la orina contiene ADN, pero prefiere no arriesgarse. Está tan nervioso que ya no recuerda que acaba de dar su nombre.
Prefiere salir del callejón, dejar atrás el mal olor y el muerto, o al menos un trozo de él. No sabe si el resto del cuerpo estará debajo de la basura. No ha tenido el cuajo para retirar alguna bolsa y comprobarlo. Además, el otro día vio una película y decían que era mejor no tocar nada. Por no saber, no sabe siquiera si está muerto. La mano estaba fría y parecía no tener pulso, pero que leches sabe él, y menos después de los tres pelotazos de ron que se ha tomado.
No está seguro de haber dado bien las indicaciones al operador de emergencias, así que cuando vea aparecer un coche de la policía lo parará.
Aprovecha para llamar a su mujer y cuando está a punto de saber cuál será su cena fría, llegan las fuerzas del orden. Son la excusa perfecta para dejarla con la palabra en la boca, si tardan más se le quema la oreja.
Son una pareja joven de la Policía Nacional. Le preguntan por su hallazgo.
―El brazo está detrás del contenedor de la basura. Más allá he desparramado mi ADN ―dice Pepe y añade algún gesto que explica a qué se refiere―. Lo siento, pero no aguantaba a llegar a casa.
―Pues lo mismo tenemos que detenerlo por alterar la escena de un crimen ―dice el más alto de los recién llegados.
Los policías sonríen y los tres se adentran en el callejón. El policía más bajo se pone guantes. No hay pulso. Parece que el brazo está acompañado del resto del cuerpo. Esperará a que lleguen los de la científica para que retiren las bolsas y corroboren su suposición.
―Fran, sal con este hombre y vuelve a tomarle la filiación, pero antes ya sabes lo que tienes que hacer ―dice el policía más bajo.
―Ok, Beto ―dice el otro.
Beto inspecciona el lugar sin apenas moverse, la luz de su linterna barre suelo y paredes para hacerse una idea más precisa del escenario. No hay ventanas, así que es posible que ningún vecino haya visto algo. Desde donde está tampoco parece que haya alguna cámara que pueda haber grabado lo que ha ocurrido en el callejón.
Cuando sale de él, Fran está marcando perímetro del lugar de los hechos con una cinta. No se ha complicado la vida, la ha llevado de una a otra pared del callejón. Ya lo modificarán los que lleguen si no les parece bien.
Beto llama para que avisen a los de homicidios, a la científica, al forense y al juzgado. Cuando termina se une a Fran que ya está preguntando a Pepe sobre lo ocurrido.
La asistencia sanitaria que ha enviado el 112 llega con su sirena y prioritario a pleno rendimiento. Aparcan detrás del vehículo policial y los servicios médicos se bajan con rapidez. Beto les indica que no tengan tanta prisa y que no será necesaria la camilla. Luego acompaña a uno de los sanitarios hasta donde está el brazo y están de vuelta poco después. Mientras el sanitario se despoja de los guantes, Beto anota los datos necesarios sobre el servicio y les desea buenas noches.
―¿Puedo marcharme ya? ―dice Pepe cambiando el peso de un pie al otro.
―Ya tengo sus datos y su declaración. No veo por qué no puede hacerlo ―dice Fran.
Los dos policías se quedan fuera del lugar de los hechos esperando a que llegue el equipo que se hará cargo. El primero en hacerlo es el inspector Iniesta, un policía veterano con una tos perruna que cuida con dos paquetes diarios de Ducados. Beto y Fran lo ponen al día, el inspector sabe que poco podrá hacer hasta que los de la científica hayan adelantado bastante el trabajo. Por el momento va a comprar otro paquete de tabaco, la noche será larga.
Cuando vuelve ya han llegado los de la científica y con sus monos blancos parecen el negativo de una mosca en un merengue. Han ampliado un poco el perímetro de la escena del crimen, la han iluminado y están tomando algunas fotografías de su estado actual.
A la entrada del callejón han establecido una zona limpia en la que han dejado todo el material de trabajo y otra para ir depositando los restos que cubren el cuerpo. Es bastante probable que el asesino haya tocado alguna de las bolsas que se encuentran encima del cadáver, así que tendrán que realizar la tarea metódicamente. Antes de retirar una bolsa toman una fotografía y después la meten en una bolsa de pruebas antes de colocarla en el lugar reservado para su almacenamiento. Toman nota para asociar la bolsa con la fotografía, esta medida podría parecer redundante ya que se está grabando un vídeo, pero no quieren sorpresas a posteriori.
No han encontrado nada relevante durante la retirada de las bolsas de arriba. No parece que hayan restos de sangre u otros fluidos en ellas, tendrán que hacer un estudio más pormenorizado luego y sobre todo una búsqueda de indicios de carácter lofoscópico. Las bolsas que están en contacto con el cadáver tienen restos evidentes de sangre. Cuando retiran la bolsa que tapa la cara ven que es la de un varón de raza blanca, de entre 30 y 40 años, muestra un fuerte golpe en el lateral izquierdo de la cabeza que se encuentra al lado de la rueda trasera del contenedor.
―¿Podría echar un vistazo? ―pregunta el inspector Iniesta desde fuera de la escena una vez que han acabado de retirar todas las bolsas.
―Patucos y guantes ―dice Arranz, uno de la científica.
El inspector apaga el cigarrillo y mete la colilla en el chivato del paquete de tabaco, son muchos años visitando escenas de crímenes. Se calza los patucos y se enfunda las manos con los guantes. Entra en el lugar de los hechos y avanza hasta su epicentro sin abandonar el pasillo que han habilitado los de la científica con este cometido.
Mira la prueba que está tendida en el suelo, hace mucho tiempo que dejó de ver a las personas. Si no usara algo de anestesia emocional, este trabajo acabaría con él.
―¿Qué es el líquido que tiene en los pantalones? ―dice Iniesta.
―¿A qué te huele el callejón? ―dice Arranz.
―A urinario poco ventilado.
―Ahí tienes tu respuesta. Diría que se meó encima. Por el patrón, creo que lo interrumpieron mientras lo hacía. Aún tiene algunas gotas que no se ha secado. ―Arranz las señala en las perneras del pantalón.
―¡Pues el pajarito lo tiene dentro de la jaula!
―El agresor debió permitir que lo enfundase y como no debía haber acabado, la situación forzó a que terminase de hacérselo encima.
―Por la herida diría que lo golpearon por detrás ―dice Iniesta.
―Casi seguro. Por la contundencia del golpe el agresor es zurdo o tiene un revés de tenista. Ya nos dirá algo más el forense.
―¿Habéis encontrado algo reseñable?
―No por el momento. Iba a proceder a registrarlo para ver si lo podemos identificar.
―Todo apunta a un robo, así que me da que al menos la cartera haya desaparecido. ¿Te importa si me quedo? ―dice Iniesta.
Arranz se encoje de hombros. Comienza por mirar los bolsillos del abrigo y encuentra un mechero y un paquete de tabaco de los que toma fotografías y embolsa para llevarlos al laboratorio. En un bolsillo interior encuentra un papel. Es un recibo de tarjeta de crédito. Lo fotografía y lo embolsa. Si es de la víctima es posible que sirva para identificarlo.
No hará falta, el de la científica ha encontrado la cartera, no tiene dinero, pero sí tarjetas de crédito.
―Alberto Rodríguez Santiago, Calle del Mar Menor, número 7, primero derecha. Eso está cerca de aquí, ¿verdad? ―dice Arranz con el DNI en la mano.
―A unos cinco minutos ―responde Iniesta―. ¿Tiene el móvil?
Arranz tantea un bolsillo del pantalón y lo saca. Es un iPhone de última generación.
―¿Aún crees que el móvil ha sido el robo? ―dice Arranz moviendo el teléfono en el aire.
―Parece que no. Habrá que ir barajando otras hipótesis.
―Por ejemplo la del vecino que está hasta las pelotas de que todo el mundo mee en el callejón.
―No la descartaría ―dice Iniesta y sonríe―. Yo no llegaría a matarlo, pero la próxima vez tendría que mear en cuclillas. Os dejo que sigáis con vuestro trabajo, me voy fuera a esperar que llegue el forense y su señoría.
Iniesta no sabe cuándo llegarán los del equipo legal, el que si llega es el camión de la basura.
―Va ser que esta noche no curramos aquí, ¿no? ―dice el conductor del camión.
―Pues va a ser que no ―dice Fran.
―¿Recogen la basura a diario? ―pregunta Iniesta.
―Llueva o nieve ―dice el conductor.
Fran satisface parte de la curiosidad morbosa del equipo de basureros y el camión sigue su ruta.
El equipo de la científica ha dividido el escenario en tres zonas. La primera alrededor del cuerpo, la segunda confinada al interior del contenedor y la tercera corresponde al resto del callejón. Arranz se ha quedado con la primera, por algo es el responsable. El contenedor ha decidido llevárselo, tal cual está, al laboratorio. Su procesamiento in situ no sería riguroso y llevaría demasiado tiempo. El tercer sector correrá a cargo del resto del equipo.
Parte de él ha comenzado a realizar la señalización previa de los indicios, mientras que un par de ellos realizan un croquis de la escena y toman medidas para añadir cotas. No parece haber más evidencias que las manchas de sangre.
Uno de ellos está señalando varias zonas del suelo. Arranz se acerca y ve que son huellas de calzado.
―Más de uno debe de haber pisado el líquido de la basura y ha dejado las huellas. Tendremos que tomar muestras para descarte de los que hayan entrado en la escena sin cubre calzado ―dice Eva, mientras planta una nueva señal numérica.
Arranz mira hacia el exterior del callejón y ve que Iniesta llama su atención con la mano y el humo de su cigarrillo. Ha llegado el forense, el juez y el secretario judicial. Comprueba que todos llevan cubre calzado y como la zona donde se encuentra el cadáver ya ha sido señalada, permite el acceso del trío hasta el cuerpo. Iniesta se invita a sí mismo y sigue a la comitiva legal. Arranz los pone al tanto de los detalles de la investigación y el juez autoriza el levantamiento del cadáver en cuanto el forense y Arranz lo consideren oportuno.
El forense se pone los guantes y comienza con el examen del cuerpo. No hay más heridas graves que la de la cabeza, tampoco ha detectado heridas defensivas en la zona de piel visible. El médico confirma las sospechas de Iniesta, la muerte se ha producido no hace más de cuatro horas. El policía piensa que si la basura se recoge todos los días el cuerpo no podía llevar allí mucho tiempo, está convencido de que el crimen se cometió aquella misma noche.
La camilla del servicio del anatómico forense llega por el pasillo habilitado y se lleva el cuerpo. Es el momento de comenzar con la inspección ocular auténtica.
Arranz toma el luminol y rocía las zonas que ha señalado previamente. Casi todos estos indicios son sangre. Los fotografía y toma muestras, puede que no toda la sangre sea de la víctima. No ha encontrado ningún rastro de este fluido, así que parece que la víctima debió de caer allí mismo y fue tapada con posterioridad con bolsas de basura.
Se acerca a la zona donde se concentra la orina y toma algunas muestras sin tener esperanzas de que de ellas vaya a obtener una información útil. Más que nada lo hace porque si el criminal ha pisado por allí puede que cuando lo atrapen aún existan restos en su calzado. Si así fuese, eso lo colocaría en la escena del crimen, no sería más que algo circunstancial, pero toda investigación es un rompecabezas y cuantas más piezas se tienen más fáciles son de encajar.
Arranz ha acabado con los indicios no lofoscópicos, así que ahora toca obtener huellas de algún tipo. Todas las superficies prometedoras para este tipo de trabajo van camino del laboratorio. En la escena queda poco más por hacer.
―¿Cómo vais? ―pregunta Arranz al resto del equipo.
―Casi hemos terminado, jefe ―responde Eva.
Poco después mantienen una reunión para resumir la actuación y acto seguido recogen todo para liberar el lugar de los hechos.
Ahora empieza lo bueno
Si esperabas encontrar aquí la solución a los despropósitos del equipo policial, siento decepcionarte. Eres tú quien debe descubrirlos y hacérnoslos saber en los comentarios. No te olvides de razonar por qué consideras que algo es una pifia.
No existe una única manera de actuar en el lugar de los hechos, así que no pienses a priori que estás equivocado. Disfruta averiguando que han hecho mal y no te olvides de compartirlo.
La discusión queda abierta, espero que entre todos seamos capaces de realizar la autopsia a la intervención.
Por cierto, si te preguntas quién cometió el crimen, Arranz tenía razón, fue un vecino harto de que vinieran otros a regarle las plantas.
Apúntate a mi newsletter
Fuentes de imágenes
Fotografía de cabecera:
Autor: Connor Fisher
Alojamiento: Unsplash
Imagen contenedor:
Autor: Peggy und Marco Lachmann-Anke
Alojamiento: Pixabay
También te puede interesar
Jon Arretxe
Entrevista a Jon Arretxe, autor de la saga Touré. Con La mirada de la tortuga llega a la octava entrega.
Reseña de La mirada de la tortuga
Jon Arretxe
Touré investiga la desaparición de las joyas que robó en París.
Reseña de 1280 almas
Jim Thompson
Nick Corey está dispuesto a hacer cualquier cosa para ganar la relección para sheriff.
0 comentarios