Crítica de Los violentos años veinte

Raoul Walsh

El romanticismo del gánster

17/12/2020
Cartel de crítica de Los violentos años veinte
FICHA TÉCNICA

 

Título: Los violentos años veinte

Título original: The Roaring Twenties

Año: 1939

Duración: 104 min

Dirección: Raoul Walsh

Guion: Jerry Wald, Richard Macaulay, Robert Rossen (historia original de Mark Hellinger)

Reparto:

James Cagney, Priscilla Lane, Humphrey Bogart, Gladys George, Jeffrey Lynn, Frank McHugh, Paul Kelly, Elisabeth Risdon, Edward Keane, Joe Sawyer, Joseph Crehan, George Meeker, John Hamilton, Robert Elliott, Eddy Chandler, Abner Biberman, Vera Lewis

Productora: Warner Bros

José Javier Navarrete - blog de novela negra

JOSÉ JAVIER NAVARRETE

El final del cine de gánsteres

La década estaba a punto de terminar y también la época del cine de gánsteres. El momento del cine negro clásico estaba a las puertas, pero antes de que eso ocurriera, Los violentos años veinte (1939) y El último refugio (1941), ambas dirigidas por Raoul Walsh, verían la luz. Hoy dedicaré mis esfuerzos a la primera.

Los violentos años veinte fue la primera película que dirigió Raoul Walsh para la Warner y curiosamente no fue él su primera opción. Hal B. Wallis fue el productor de varias de películas destacadas de la ficción criminal, como Hampa Dorada, las dos últimas del gansterismo que acabo de mencionar, o la primera del cine negro clásico, El halcón maltés. Wallis compró los derechos de la historia que me ocupa hoy a Mark Hellinger y pensó para la dirección en Anatole Litvak. Después de que el proyecto pasase por distintos avatares, acabó en la dirección Walsh y se formó un trío que se mantendría en El último refugio, aunque en esta última, Hellinger jugaría el papel de productor junto a Wallis.

No podemos saber cuál hubiese sido el resultado de estar en la dirección otro, pero con Walsh a los mandos estamos hablando de una película magnífica, un maravilloso colofón a lo que había sido la época dorada de este tipo de películas. Cuando fue rodada, ya hacía años que el gansterismo se había transformado, después del crack del 29 y con la Gran Depresión fue teniendo lugar parte de esta metamorfosis. En las postrimerías del filme, cuando transcurren esos años, Eddie Bartlett (James Cagney) le dice lo siguiente a George Hally (Humphrey Bogart):

George, todo ha cambiado. ¿Es que no lo entiendes? ¡La gente ya no va por ahí destrozándolo todo! Ahora quieren hacer cosas. Eso es lo que intenta Lloyd. Todo ha cambiado. Nosotros ya no tenemos nada que hacer.

Los gánsteres de carne y hueso que se hicieron famosos en los años veinte habían desaparecido y sus hermanos de ficción, que aún vivían en las pantallas, estaban a punto de hacerlo, aunque todos sabemos que no del todo.

La Historia y la historia

La película transcurre en dos planos narrativos diferentes, aunque paralelos. Por un lado, se van insertando pequeños retazos, a modo de documental, en los que una voz en off narra los acontecimientos más importantes de la Historia estadounidense del período que se abarca en la película. Por otro tenemos la historia de Eddie Bartlett y como esos acontecimientos la condicionan.

Tras una breve introducción del propio Hellinger, comienza una cuenta atrás desde el año 1940 hasta 1918. Al pasar de los años se intercalan algunas de esas imágenes históricas que terminan con la Primera Guerra Mundial y Eddie saltando en lo que parece el hoyo producido por una de las bombas que caen. Allí se encuentra con George y poco después aterriza sobre ellos un abogado llamado Lloyd Hart (Jeffrey Lynn). A partir de ese momento surgirá la amistad entre Eddie y Lloyd, mientras que la relación de Eddie con George es más fría, quizás por el carácter arrogante y canalla de este último.

Cuando la guerra acaba y Eddie llega a Nueva York, piensa que su vida volverá a la normalidad. Está muy equivocado, nada es como antes. Las secuelas del conflicto han dejado una sociedad más pobre y muchos de los veteranos se verán abocados al paro y al desprecio en lugar del agradecimiento por los servicios prestados. Están a las puertas de una nueva década traumática y convulsa en la que la desilusión y la miseria se abatirán sobre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Cuando se aprueba la Decimoctava Enmienda a la Constitución (la ley seca) comenzarán los años de la Prohibición y con ella el crimen y la violencia. El crimen organizado se adueñará de las calles y se convertirá en un refugio para aquellos a los que el sueño americano se ha convertido en pesadilla.

Esto es lo que le sucede a Eddie. Trata de recuperar su antiguo empleo como mecánico, pero ya no es posible. Por fortuna, su amigo Danny Green (Frank McHugh) le ofrece un hogar y compartir el trabajo con un taxi.

Aparte de su amigo, tan solo le queda la ilusión por conocer a una chica con la que había mantenido una relación epistolar durante la guerra. Se trata de Joan Sherman (Priscilla Lane), pero pronto se desvanece esa esperanza al comprobar que se trata de una adolescente cuya foto durante una representación en el colegio la hacía parecer bastante más mayor.

A pesar de los diferentes varapalos, aún se impone la honradez en su vida, pero por poco tiempo.

Eddie se sale del arquetipo

En la mayoría de las películas de aquella época pertenecientes a este género, el gánster era un arquetipo. Normalmente, alguien de extracción social humilde, de procedencia italiana o irlandesa, educado en el catolicismo para satisfacción de muchos americanos protestantes. No suele tener más principios que aquellos relacionados con la familia. Se trata de un rebelde que intenta rechazar el papel que la sociedad ha reservado para él desde niño, siguiendo su propio camino hacia el sueño americano, huyendo de un destino de mediocridad y pobreza. Es un producto de la sociedad, por lo que no tendrá remordimientos a la hora de actuar contra ella.

Eddie no estaba destinado a ser uno de ellos, al menos no se había visto abocado a ello desde su nacimiento. No llega allí movido por la ambición o el deseo de poder. El viaje a su futuro criminal se lo brinda la casualidad y el taxi, ya que haciendo un encargo para un cliente entra en contacto con Panama Smith (Gladys George), quien regenta un garito en el que sirve alcohol a los clientes y a nosotros uno de los dos triángulos amorosos.

Durante la transacción con la dama, de alcohol, por supuesto, es detenido por la policía. Necesita un abogado y recurre a su amigo Lloyd, con el que fortalecerá la amistad forjada en el frente de batalla. Tras una corta estancia en el calabozo recuperará la libertad gracias a Panama y a partir de ese momento se sumergirá en el mundo de los locales clandestinos, la fabricación y la venta de alcohol, toda una paradoja teniendo en cuenta que el protagonista solo bebe leche.

El amor y la amistad

Esta es también una película de amistad y de amores, algunos imposibles. En su ascenso criminal mantiene una amistad inquebrantable con Danny, Lloyd y Panama, aunque esta última busque en el protagonista algo más, lo que se verá reflejado en primeros planos de rostros y manos. El amor le llegará de forma inesperada cuando visita a uno de sus clientes para reclamarle un pago y ve que entre las coristas del espectáculo se encuentra Joan, que se ha convertido en una mujer. A partir de este momento Eddie tratará de conquistar su corazón ayudándola en su carrera de cantante. Esto dará pie a algunos números musicales que se integran bien con la película, porque en una de gánsteres no puede faltar un club. Aunque el número musical que a mí más me gusta no se produce allí, sino en un vagón de tren. No son precisamente las dotes de Priscilla Lane como cantante las que me conducen a esta decisión, sino la intervención de un pasajero, primero dormido y después bajo los efectos del alcohol, que provoca uno de los pocos momentos cómicos con los que cuenta el filme.

Pero en el trabajo de pico y pala que Eddie realiza con Joan, también tienen cabida regalos caros, tal como una radio que nos permite ser testigos de lo que fue el nacimiento de la radio de entretenimiento. Porque no olvidemos que esta película nos ofrece una crónica de la época.

La presencia de la artista viene a alterar el statu quo del grupo de amigos. Pero no es la suya la única que lo hace.

Un malvado Humphrey Bogart

No siempre es fácil rodar escenas en las que intervienen un gran número de actores, menos si es una pelea multitudinaria en la que es necesaria una buena coreografía de conjunto. Walsh sale airoso de la que se produce en la cubierta de un barco cuyo capitán es George Hally, mi querido Humphrey Bogart. Será el rencuentro de Eddie con él y el comienzo de una relación basada en los negocios, la amistad no tiene cabida porque sus caracteres son muy diferentes. Ambos son delincuentes, pero con límites éticos diferentes.

Los que admiramos a Bogart estamos acostumbrados a sus papeles de cínico, pero siempre con un poso romántico. En esta ocasión encarna a un personaje egoísta, sin ningún tipo de escrúpulo; un auténtico malvado. Verlo compartir planos con Cagney es un auténtico lujo, verdaderos duelos de oficio que pocos actores pueden ofrecer. Ambos son de ese tipo de intérpretes que encajan a la perfección en este género cinematográfico. Tal esa así que el mismo Raoul Walsh, hablando en una entrevista sobre Los violentos años veinte, dijo que ambos eran de ese tipo de actores que podías matar en la pantalla sin que el público se le echase encima.

La moralina

Como en otras películas de gánsteres, la evolución del protagonista tiene un sesgo aleccionador y moralizante. Aunque el mismo Edgar Hoover llegase a decir: «esos filmes que glorificaban más a los delincuentes que a la policía», la realidad es que muchos de ellos no dejaban de tener un efecto ejemplificador, algo así como el dicho popular, «quien mal anda mal acaba».

De hecho, hay quien en la escena final de la película ve una metáfora de la evolución del personaje de Eddie, incluso del mismo mundo gansteril. Se trata de una magnífica toma nocturna en las escaleras de una iglesia de Nueva York, pero como no quiero destriparte el final me abstengo de contar más de lo debido.

Pero a pesar de este sesgo no deja de contener una crítica social que hasta cierto punto justifica el camino emprendido por algunos. Se pone en evidencia como la sociedad estadounidense es capaz de dejar caer a sus ciudadanos más vulnerables a la vez que aquellos que tienen el poder y la riqueza se sumergen en la corrupción.

Se acabó el tiroteo

En esta película la intriga sentimental adquiere un gran peso dramático dentro de la narración, mucho más que la misma violencia tan presente en filmes de este tipo. Tanto es así que se cuenta tan solo con la imprescindible, se recurre a sombras o incluso elipsis para evitar regodearse en ella. Pero no nos libraremos de los tiroteos y, aún así, sí que lo haremos de los agujeros de bala. Si estás atento a la escena en el que se produce uno en un restaurante italiano sabrás a que me refiero. Lo cierto es que detalles de ese tipo no tiene mayor importancia, pero en la época de los efectos digitales resultan llamativos. Tanto es así que la utilización de maquetas navales me enternece.

He disfrutado de Los violentos años veinte, en especial, de la actuación de James Cagney, tan intenso como siempre. Me encanta en esos papeles de malo que borda, aunque en esta ocasión no los sea tanto. Sus cambios de gestos en algunas escenas son de manual, todo un deleite para los amantes del séptimo arte.

Tengo que reconocer que siento predilección por la época en la que se ambienta la película. La Prohibición y la Gran Depresión son dos etapas de la historia estadounidense que me fascinan por ser el escenario de grandes novelas negras, sin duda, el caldo de cultivo del hard-boiled. La película es una crónica de ese período, una narración que pretende teñir de realidad, mediante ese collage de fragmentos documentales, la ficción que no deja de ser este tipo de obra. Aunque no tanto, ya que, según Hellinger, los personajes son composiciones sobre personas que conoció y las situaciones son las que realmente ocurrieron.

Con el recuerdo de una iluminación que aún no había alcanzado las sombras del cercano cine negro, unos planos medios en los que la cámara acompaña los movimientos con maestría y unos diálogos inolvidables, me despido. Ya que se trata de una de gánsteres, hoy con más motivo que nunca, no te cortes y dispara.

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Fuentes de imágenes

Fotografía de cabecera:
Autor: Orange County Archives
Título: Orange County Sheriff’s deputies dumping illegal booze, Santa Ana, 3-31-1932
Licencia: cc by 2.0

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